Memorias de pasión
Desaparecidos los duques, las órdenes, los siervos, la grandeza y los palacios, las servidumbres y los vasallos, las circunstancias, las piedras y los siglos... Qué queda de toda aquella grandeza, qué para poder reafirmarnos en nuestra esencia ante el tiempo, qué argamasa une las piedras de nuestras distintas formas de ser. El marchenero de la arena y del viento, el del asfalto y el papel cuadriculado, el que se fue a la orilla de la supuesta modernidad, el de un lado y el de otro. El de hoy, el de ayer, el de siempre. Ante la vida y la muerte. Qué queda hoy de todo lo que fue, que pueda tocarse con las manos. Si hay una respuesta a esta cuestión, es la siguiente. La Semana Santa.
Si el tiempo personificado, hubiese ordenado a sus herederos en esta tierra, que cuidasen de este hijo suyo que es el rito primaveral, no hubiesen puesto mayor empeño en cuidarla y transmitirla intacta. !Conservad sin alterarla, la flor, el secreto de esta tradicion¡. El tiempo puso sobre sus hombros este mandato. Marchena lo recogió y lo hace suyo, cada Viernes Santo, más allá de esquemas, estructuras y condicionantes, de poderes, terrenos o no. No tocad esta tradición, que es asi. Inmutable. Lo único que no cambia, mientras todo se desvanece. Nuestro último tesoro impoluto.
Reloj, calendario, vara de medir, medida de nuestra actitud frente a la vida. Punto de inflexión y distancia con nuestro propio ego, individual y colectivo. Si hay algo en este reencuentro con la primavera, que no esté en otros días, eso es el tiempo pasado, que a través de los que fueron salen a la calle a buscarnos para llevarnos de su mano como a niños.
Algo misterioso y telúrico llama a las puertas de nuestra infancia y nos hace ir cada primavera en pos de la secreta fragancia del azahar, que es como el aroma de la memoria. Algo que tintinea como los palios, o algo que truena como piel de tambor. Un aldabonazo en nuestras conciencias que indica que el tiempo ha llegado, la primera luna llena de la primavera, y las sombras han llegado sobre la cal recién puesta. Ha llegado el tiempo sin tiempo.
No hay tiempo. Viernes Santo, mediodía, almenas, Cantillos y un ondulante aletear morado de mirada humana sobre nuestras cabezas. No hay tiempo. Solo un imperceptible ruido sordo de centro del universo, de giro de pequeño planeta ensimismado.
Rito de la primavera, aprendizaje, despertar a la vida. Se empieza jugando por los patios de la niñez con estampas, se continúa en las cruces de las plazuelas de mayo, robando flores a abril para ponerla en una caja de cartón, junto a una tela, cuatro cirios y una postal. Se continúa descubriendo el misterio en lo oscuro de las altas bóvedas y espadañas, limpiando plata, haciendo recados. Se pone uno de largo ante la muchedumbre de vencejos, arcos y rosas bajo los pasos de San Juan o triunfo de la Santa Cruz, o en una banda de música. Y se culmina el recorrido ya en la madurez ordenando con cariño y decisión frente a un paso, ciñendo la humilde corona del costal, o bordando con la palabra alamares en la madrugada de lo mudéjar.
Alejada de las grandes corrientes comerciales e intrigias catedralicias, aquí se conservó y se puede aún acariciar la autenticidad de plata en el palio y en la cruz de soles, lunas, anclas y conchas marinas. De cardos y doseles, de moleeras, de viejos dardos que se clavan en la pasión, de mandatos, nardos y borlones antiguos.
Torres, espadañas, calles, plazuelas. Arquitectura que de pronto se consuela y se sabe protagonista por un día. Plazuela de la amanecida ternura, calle del claustro abandonado, espadaña de la la luna de marzo, torre de las lágrimas, cancel de la angustia, de la muerte y de la vida, arcadas de soledad enclaustrada. Esos son sus verdaderos nombres. Todo encaja, pues para ésto fue hecho, para que este pueblo estrene una pasión nueva cada primavera
Si el tiempo personificado, hubiese ordenado a sus herederos en esta tierra, que cuidasen de este hijo suyo que es el rito primaveral, no hubiesen puesto mayor empeño en cuidarla y transmitirla intacta. !Conservad sin alterarla, la flor, el secreto de esta tradicion¡. El tiempo puso sobre sus hombros este mandato. Marchena lo recogió y lo hace suyo, cada Viernes Santo, más allá de esquemas, estructuras y condicionantes, de poderes, terrenos o no. No tocad esta tradición, que es asi. Inmutable. Lo único que no cambia, mientras todo se desvanece. Nuestro último tesoro impoluto.
Reloj, calendario, vara de medir, medida de nuestra actitud frente a la vida. Punto de inflexión y distancia con nuestro propio ego, individual y colectivo. Si hay algo en este reencuentro con la primavera, que no esté en otros días, eso es el tiempo pasado, que a través de los que fueron salen a la calle a buscarnos para llevarnos de su mano como a niños.
Algo misterioso y telúrico llama a las puertas de nuestra infancia y nos hace ir cada primavera en pos de la secreta fragancia del azahar, que es como el aroma de la memoria. Algo que tintinea como los palios, o algo que truena como piel de tambor. Un aldabonazo en nuestras conciencias que indica que el tiempo ha llegado, la primera luna llena de la primavera, y las sombras han llegado sobre la cal recién puesta. Ha llegado el tiempo sin tiempo.
No hay tiempo. Viernes Santo, mediodía, almenas, Cantillos y un ondulante aletear morado de mirada humana sobre nuestras cabezas. No hay tiempo. Solo un imperceptible ruido sordo de centro del universo, de giro de pequeño planeta ensimismado.
Rito de la primavera, aprendizaje, despertar a la vida. Se empieza jugando por los patios de la niñez con estampas, se continúa en las cruces de las plazuelas de mayo, robando flores a abril para ponerla en una caja de cartón, junto a una tela, cuatro cirios y una postal. Se continúa descubriendo el misterio en lo oscuro de las altas bóvedas y espadañas, limpiando plata, haciendo recados. Se pone uno de largo ante la muchedumbre de vencejos, arcos y rosas bajo los pasos de San Juan o triunfo de la Santa Cruz, o en una banda de música. Y se culmina el recorrido ya en la madurez ordenando con cariño y decisión frente a un paso, ciñendo la humilde corona del costal, o bordando con la palabra alamares en la madrugada de lo mudéjar.
Alejada de las grandes corrientes comerciales e intrigias catedralicias, aquí se conservó y se puede aún acariciar la autenticidad de plata en el palio y en la cruz de soles, lunas, anclas y conchas marinas. De cardos y doseles, de moleeras, de viejos dardos que se clavan en la pasión, de mandatos, nardos y borlones antiguos.
Torres, espadañas, calles, plazuelas. Arquitectura que de pronto se consuela y se sabe protagonista por un día. Plazuela de la amanecida ternura, calle del claustro abandonado, espadaña de la la luna de marzo, torre de las lágrimas, cancel de la angustia, de la muerte y de la vida, arcadas de soledad enclaustrada. Esos son sus verdaderos nombres. Todo encaja, pues para ésto fue hecho, para que este pueblo estrene una pasión nueva cada primavera
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